TESIS DE UN SUICIDIO

El 10 de octubre de 1999, Jorge Luis Acevedo Gamarra, natural de Cerro de Pasco, de 27 años de edad, fue condenado a cadena perpetua por homicidio cualificado en contra de la que en vida fue (...)  

Cómo empezar a contar algo que no ha pasado, algo que hemos modificado en nuestros procesos mentales. Las personas creen lo que quieren creer. Pero de vez en cuando ese recuerdo se escapa de las cárceles del subconsciente y comienza a matar la poca paz que se puede alcanzar con el paso de los años.

Unas monedas, las palabras que había dicho, esa inestabilidad psicológica que padecen los que se enamoran perdidamente.

La fiscal adjunta, Jackeline Fiorella Campos Poma, encargada de la investigación, cedió ante la multitud de pruebas "contundentes" en su contra.

Despertó, un día más. No vio más que esa pared que conoce de memoria. La vida en prisión, las culpas, la soledad de ya no tener a nadie más en el mundo. Ese pequeño agujero que lo conecta al mundo real. Jorge Luis ya no recuerda el color de las hojas ni los caminos que llevan quién sabe a dónde. Esos recuerdos que se hacen confusos, Falacias que se hacen reales con el pasar del tiempo. Todo ha acabado, se dice, mientras intenta recordar lo que él considera su verdad.  

Ella ha perdido su vida, fue violada. Él ha perdido su libertad, ha perdido su razón de ser: por lo menos esa es la única verdad que recuerda, la verdad que lo tiene condenado, que lo tiene encerrado ya muchas décadas, en este exilio, en este infierno.

Viernes por la tarde, un viernes cualquiera, se encontraba en el diván, en una terapia psicoanalítica, una terapia para remediar un síndrome depresivo mayor.

- Silla. 
- Una palabra normal, algo que utilizo para sentarme. 
- Seducir a niñas. 
- Cosas que pasan en la tele, cosas tan naturales que cualquiera lo puede hacer. Doctor, no conseguirás nada con esto. Mi depresión se debe a cosas que no puede comprender, y usted sólo utiliza la técnica de relación libre.  - violar y Asesinar… - Ya déjalo ahí. 
-
Roberto Fernández, el psicólogo, lo miró, analizaba cada respuesta, ya eran 10 años de esta terapia infructuosa, había comprendido, ese sentimiento tan indigno en los hombres, que se trataba de un (…), de uno que puede engañar, puede ser librado de prisión, que puede condenar a otro por sus culpas. Uno de esos sujetos tan presentes en la vida cotidiana. De los más peligrosos.

Se despidió de su paciente, se quedó pensando. Había dejado ir al monstro.

Hace miles de años atrás, la cárcel tiene una medida de tiempo peculiar, no existe el tiempo en la cárcel, puede ser un año o un millón, o un día o la eternidad, Jorge Luis se encontraba en su casa, leyendo. Leía sobre una cárcel, sobre personas encerradas. Sin saberlo, poco a poco, descubría que ése era su destino.  Una noche soñó con un caballo, un caballo negro, que corría entre aguas turbias.

Despertó. La cárcel seguía ahí.

De la víctima se sabe poco, se ha dicho muy poco desde su asesinato. Es muy común esto, se habla más del asesino, se intenta comprender sus razones, su poca empatía ante la vida de los demás.
  
Una amiga aseguró verla horas antes de que reportaran su muerte. Su testimonio ha sido catalogado como apócrifo.

Despertó, tuvo pesadillas. Despertó con miedo, llorando. No había superado su pérdida. No había minuto en que no la recordara. Rondando en su mente, un manuscrito muy grande, algo que no sabía si era sólo un sueño o la más pura verdad.

Un manuscrito, a veces de sangre otras veces de fuego, con un mensaje que ya no lo dejaba vivir. 

La voy a matar, las zorras mueren de esa manera.
Los fantasmas no existen, no persiguen a las personas. Se mueren con sus cuerpos. Lo que de ellos nos persigue son las culpas que tenemos ante ellos. Esas deudas que no hemos podido pagarles mientras vivían.

Maldita sea, lo sé. Siento que me persigue todos los días, que su muerte no ha sido más que mi muerte. Al matarla, he muerto. 

Era viernes, fue a visitarlo a la cárcel, después de una terapia psicológica. Su rostro no era el mismo. He aquí lo que dijo a Jorge Luis:

La reina se mató en su dolor, esa frase que vi en una película, esa frase que quise utilizar para que todos creyeran que fue un suicidio.  

Ella lo había intentado en abril, su hermano fue quien salvó su vida. 

Esperaba contártelo pronto, días después. El temor se apoderó de mí, nada ha sido igual. Es una especie de confesión, dios no siempre escucha. 

Formol, para equivocar las fechas de la investigación, lo sé, aunque no siempre se puede saber todo. No siempre es como esa canción, o esas películas, en las que todos son felices para siempre. Yo la maté, no fue nada difícil. 

Nadie se ha enterado hasta ahora. Vino a mi casa, dijo muchas cosas que la moral no deja contar. Ella no era, no estaba en la lista, pero ahora que lo pienso pudo ser cualquiera, Beatriz Lagos o alguna puta de esquina, para matar sólo se necesita a la víctima.  

Estás condenado, nada va a cambiar. Los fiscales sólo buscan pistas, yo no dejé ninguna que me incriminara. 

Las palabras que dijiste te han condenado. Pero al pensarlo, ya ha pasado casi una vida de eso, éramos jóvenes en aquel tiempo, los dos fuimos condenados con su muerte. Tú aquí encerrado, yo buscándola todas las noches entre los libros que nunca más pude leer… 

Días después, el periódico publicó la noticia de dos suicidios: un condenado a cadena perpetua y su mejor amigo.
Isaías Joel Hurtado Santa Cruz