DEBER, QUERER, DESEAR

Por Roberto Carlos QUINTANA VILLAVICENCIO
Lic. en filosofía y CCSS

Ella era una discente excepcional, una alumna diferente, una señorita cuyos promedios regulaban entre 18 a 20 en la calificación numérica y su conducta acentuaba una formación rigurosa recibida de sus padres, una ética basada en el servicio, el sacrificio y la renuncia a las rutinas adolescentes de buscar solo la recreación y el disfrute de la edad, Esther no era ello, dedicación, perseverancia e inteligencia matemática y cenestésica eran su baluarte.

Los maestros y maestras acuñaban en ella un gran futuro profesional universitaria, soñaban en ella un progreso científico con el aporte que haría ya en su vida de investigadora científica, en el primer y segundo año demostró sus cualidades académicas, deportista de primer nivel, artista en el arte de la danza, académica sobresaliente, los más pesimistas de los maestros decían de ella que así casi siempre son todos inician bien y después la malogran ya en tercer año o cuarto donde en esa etapa aparecen las tentaciones adolescentes del ocio, la diversión, el amor, la fiesta, los “kinos” y cientos de asuntos que entretienen el desarrollo y progreso del ser humano.

Pero no, ella estando ya en cuarto y quinto año aumento su rendimiento integral, mejor sus metas cuantitativas y cualitativas, en conversaciones con su padre el auguraba ya llevarla a una de las mejores universidades del país, su mama de igual modo asimilaba ya la idea de construir en ella en el ámbito superior universitario algo extraordinario, incluso decía a pesar de que ambos padres eran profesionales decía la mama “aunque sea trabajare doble o triple para que estudie el tal universidad”, en fin sueños e ilusiones que se hace cada padre cuando se trata de sus hijos.

Acabo la secundaria y a ella era inevitable preguntarle sobre su futura aspiración profesional, saber qué carrera seguirá y en qué universidad aspiraría, yo igual que muchos de sus maestros y maestras pensaban que podría estar en una de las más prestigiosas universidades del país, eso era sin duda alguna una perspectiva clara.

Sin embargo, ella me informa que no estudiaría en una universidad, sino en un instituto y en una carrera que por no herir la susceptibilidad no lo diré, me sorprendió su respuesta, le mencione que su nivel académico era extraordinario a menos claro que sería un instituto de excelencia, pero ella no, asintió de modo claro su querer y su poder, quería estudiar una carrera corta de un instituto y luego trabajar, ser la mejor de su área y formar una familia y ser feliz.

No insistí, sabía que era madura en sus decisiones, imaginaba el rostro de sus padres, la actitud de ellos hacia una excelente hija, una discente ejemplar, pero quizás con un sabor a desilusión de que ella no sería el prospecto al que ellos aspiraban.

Pasaron los años, y si, estudio lo que quiso y termino su carrera de modo excepcional, hoy es una buena esposa y profesional que trabaja en lo que deseo, no lo hace tan mal, es la mejor, tiene a un buen hombre como marido y dos hijos ya tempranos, ella es feliz.

¿Qué es la educación?, ¿para qué educamos?, creo que los discentes te dan grandes lecciones, y uno de ellos es que dejemos, permitámosle ser lo que ellos deseen siempre en cuando sea lo correcto, lo debido y lo que ellos deseen, pero a veces nuestra intención de los maestros, de los padres es hacer que ellos hagan lo que queremos nosotros, lo que deseamos nosotros, pero aparecen estudiantes como la que menciono que nos dan una cachetada a nuestro conductismo magisterial.