Sanando el vínculo

Nuestra madre, aquella base de cualquier relación y me atrevería decir la única, íntimamente unido(a) de aquella representación del cual somos un reflejo.

Sin embargo en el proceso la madre que nutre y da sostén va generando desde sus propios temores un niño herido que alberga dolor por que no fue amado incondicionalmente o en la intensidad que lo deseaba sin tomar conciencia de su vulnerabilidad, surgiendo sentimientos de soledad, vergüenza, carencia, sentirse rechazado en ciertos momentos que se arrastra en cada etapa de vida.

Percibimos en cada terapia a un adulto con coraza para no sentir que no fue amado como necesitaba.

Existen niños moldeados de todo tipo, como los ansiosos, reprimidos, los de cristal que son sumamente sensibles o los que solo ocultan su sentir y ni qué decir del niño insolente que entre sus pataletas busca llamar la atención, allí viene “te doy lo que no me dieron” optando por una actitud contraria, sin darse cuenta que esto puede ser perjudicial, puesto que el niño debe aprender desde sus propias carencias y limitaciones y no cubrir vacíos personales. Amar incondicionalmente es dar sostén al niño a fin de que este pueda aprender a sostenerse y valorarse por sí mismo.

La madre siempre será un constante de errores, pero siempre está allí desde su propio sufrimiento, aquella que carga en el tiempo, en el silencio, seguramente tampoco la amaron pero te ama sin fin, enseñándonos así a ser compasivos y empáticos con aquella imagen.

La madre es un vínculo real que sana afectivamente, nos libera y desata de dolores incluso innecesarios, ayudándonos a ocuparnos y a sanarlos, esto será posible si reconocemos aquella herida, la que aqueja mi presente, la que no me deja trascender, quien me mantiene estando tal cual . Honrarla y amarla nos permitirá la reconciliación con nosotros mismos, pues solo acariciaremos una paz plena si estamos en paz con nuestros padres.

Convierte tu dolor en una bendición!
Fiorella Porras Portillo
Psicóloga